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  • "No vale la pena avergonzarse ni tener miedo de mostrar nuestra fe"

    Alrededor de 800 jóvenes peregrinos procedentes de Francia, Venezuela, Estados Unidos y Barbados fueron acogidos en 54 parroquias del Arciprestado de Guimarães y Vizela antes de partir hacia la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). Ernesto Machado fue uno de los coordinadores y miembro del COA – Comité Organizador Arciprestal. Unirse a la organización fue un desafío lanzado por el padre Samuel Vilas Boas, quien formó un equipo para organizar la recepción de los peregrinos en la casa natal y también la recepción de los símbolos, que tuvo lugar en febrero. “Acepté este desafío porque soy cristiano, porque soy voluntario en el movimiento scout y porque me di cuenta de que ésta era una oportunidad única de participar en la JMJ a nivel local”, explicó Ernesto Machado a Mais Guimarães. No niega que este fue un año “de mucho trabajo”, pero también afirma con seguridad que, ahora, “la sensación es de mucha satisfacción” porque lograron alcanzar los objetivos que se habían propuesto. Y uno de ellos fue, desde el principio, acoger a las familias. “Pudimos impulsar este encuentro con el núcleo familiar y los jóvenes quedaron muy conmovidos”, dijo, agregando que, aunque fueron sólo unos días, ya sentían que se conocían desde hacía varios años. Los jóvenes peregrinos, garantiza, “tomaron de Guimarães lo mejor que tenemos para dar: esta capacidad de acoger, saber recibir, poner todos los recursos a su disposición, abrir espacios de oración pero también culturales, artísticos e institucionales”. Añadió además que todos conocieron “nuestra forma de celebrar, de vivir, nuestro día a día. Tenían el corazón lleno y así lo demostraron en la despedida. Hubo una buena simbiosis porque pudimos acogerlos de una manera muy intensa y porque prestamos atención a las particularidades de cada uno”. Pero los jóvenes de Guimarães y Vizelenses también recibieron “muchas cosas, como una dimensión espiritual diferente”. La mayor lección, dijo Ernesto Machado, fueron los jóvenes franceses que trajeron: “un soplo de aire fresco muy fuerte”. “Demostraron a nuestros jóvenes, familias y comunidades que la dimensión espiritual es algo integral en nuestras vidas, pero no es algo para los mayores, es algo para los jóvenes. Nos trajeron una forma de ver y experimentar la dimensión espiritual que nos tocó y desafió. Vino a decirnos que la vida tiene mucho más sentido y cobra otra dimensión cuando somos capaces de vivir intensamente la dimensión religiosa”, concluyó. Maria João Soares fue una de las jóvenes que ayudó a acoger a una docena de franceses en Creixomil, donde siempre ha estado “muy vinculada a la actividad católica y religiosa”. Para él fue “muy fácil aceptar el desafío”, sobre todo porque a su lado estaban otros 15 jóvenes con los que compartió el viaje a Lisboa, líderes scouts y otros miembros de la comunidad. Pensar en cómo serían los días de la Diócesis fue una tarea que inmediatamente los puso en perspectiva: “nos organizamos según lo que nos gustaría hacer si fuéramos nosotros y nos dividimos en grupos", explicó. También en la Unidad Pastoral de S. Paio y S. Sebastião sucedió lo mismo. Acogieron a 11 peregrinos estadounidenses de ascendencia mexicana: nueve jóvenes de entre 16 y 24 años que acudieron acompañados por el padre Miguel y el líder del grupo, Hiram. Cátia Carvalho fue invitada por el padre Antunes a ir, en febrero, a un encuentro en Azurém. Y, todavía “sin mucho contexto”, decidió seguir adelante. Pese a “algunos problemas logísticos iniciales”, ya que los peregrinos que les fueron asignados inicialmente no contaban con la documentación necesaria para entrar al país, “con la ayuda de la comunidad todo fue posible”. “La última noche se le escaparon algunas lágrimas y los peregrinos dejaron a cada uno un agradecimiento especial junto con un recuerdo”, recordó Cátia, segura de que “fueron días muy intensos”. “Nosotros conocimos un poco de su cultura y ellos de la nuestra, nos reímos mucho y, sobre todo, siempre tratamos de hacerlos sentir bienvenidos en nuestra comunidad”, destacó. Maria João explicó que durante estos días se sintió, “sobre todo, acogida”. “Fui acogedora pero me sentí acogida”, recalcó, recordando que “fue genial ver que después de todo no estamos solos, que no somos los únicos jóvenes involucrados en la religión, para salir un poco de esta burbuja”. y conocer las actividades de otros como jóvenes católicos”. Coincidiendo con Ernesto Machado, garantiza que los mayores aprendizajes los trajeron los jóvenes franceses. “Aprendí, esencialmente, que no vale la pena tener vergüenza ni miedo de mostrar nuestra fe y que somos jóvenes católicos, religiosos, scouts, que cantamos, que nos gusta lo que creemos, que nos gusta participar en este tipo de actividades. No hay ninguna vergüenza en absoluto. Fue una de las cosas que nos enseñaron los jóvenes que vinieron de Francia: dejar el miedo, el miedo y la vergüenza a un lado y demostrar que somos jóvenes que vinimos a la JMJ porque nos gusta lo que creemos y tenemos fe. No por eso dejamos de ser jóvenes completamente normales”, reflexionó. Cátia también dice que aprendió varias cosas, entre ellas a “aceptar las diferencias y vivir los momentos”. Uno de los peregrinos, en conversación, le dijo que, a veces, “nos encontramos con desafíos que creemos que no tenemos la capacidad de superar, pero tenemos que confiar en Él”. Y esa es una de las cosas que te llevarás contigo. Ambos fueron a Lisboa y regresaron a su ciudad natal con “el corazón más puro y feliz”, afirmó la joven de São Paio y São Sebastião. Maria João esperaba “traer una misión del Papa Francisco y saber lo que quiere de nosotros, los jóvenes, y aplicarlo en nuestra comunidad”. Deseo cumplido.

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